¡La falta de amor es la causa!

Se dice que el elefante es un animal manso cuando está en compañía de la manada, jugando dócilmente con sus semejantes, refrescándose con la trompa que le sirve de manguera para mojarse con el agua. Pero, separado de su grupo, el elefante comienza a inquietarse, a agitarse, hasta ponerse feroz, como una fiera. Por tanto, los aldeanos saben que el peligro es inminente: este animal acostumbra a destruir cabañas, pisotear y matar lo que encuentra a su paso. El elefante no es así por naturaleza. Él se pone de esa manera justamente porque le falta compañía. Cuando le falta la compañía y el amor, el miedo se apodera del animal, desencadenando una defensa con furia y ferocidad incomparables.
Así también es el corazón humano cuando no está lleno de amor. Toda dureza y odio en nuestra vida es el resultado de la falta de amor. Somos rudos con los hermanos, o con las personas en general, por no estar llenos del amor de Dios. ¡Qué tremendo daño hacemos!
Es muy fácil herir a las personas incluso al decir verdades pero sin amor. Cuando no tenemos ese amor, inclusive nuestro uso de las verdades cristianas no tiene provecho. Tal vez esto parezca osado o exagerado, pero Pablo dijo que aunque deseemos que nuestro cuerpo sea quemado y no tenemos amor, de nada nos aprovecha. 
La experiencia cristiana demuestra que donde quiera que el amor se ausente, inmediatamente un daño acontece, como en el caso de los elefantes. No se trata sólo de que nuestra raza sea mala. La falta de amor es la causa de todo mal. ¿Cómo no amar cuando somos tan amados por el Hijo de Dios? ¿Cómo no perdonar cuando hemos sido tan perdonados?

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